Sobre la Muerte y la Resurrección de Kristos
(Protopresbitero Alexander Schmemann)
La Iglesia antigua sabia, y lo sabia aun antes de poder explicar y
expresar su conocimiento bajo forma de teorías racionales y coherentes,
que en el bautismo nosotros realmente morimos y resucitamos con el
Kristos, porque tal era su experiencia intima del misterio bautismal.
Actualmente, si queremos que el bautismo
reencuentre en el seno de la Iglesia el lugar y la función que tenia en
su origen, debemos volver a este conocimiento sacramental que iluminaba
toda la vida de la Iglesia antigua con un gozo inefable y la tornaba
pascual y bautismal.
Y entonces, surgen algunas preguntas,
preguntas capitales: ¿como hacemos para morir a semejanza del Kristos?
¿Como hacemos para resucitar a la manera de Su Resurrección? ¿Y por que
eso y solo eso nos permite entrar en la vida nueva en El y con El?
La respuesta a estas preguntas nos la provee esta revelación esencial
que con-cierne a la propia muerte del Kristos, muerte voluntaria. “…Yo
pongo mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo
mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a
tomar” (Jn 10:17-18) La Iglesia nos enseña que en Su humanidad sin
pecado, el Kristos no estaba naturalmente sujeto a la muerte, que El
estaba enteramente liberado de la mortalidad humana, que es nuestro
destino común e inevitable. El no tenia que morir, si murió es
simplemente porque El quería morir, había elegido morir, había decidido
morir. Es el carácter voluntario de esta muerte, la muerte del Inmortal,
lo que hace de ella una muerte redentora que logra nuestra salvación,
la llena de poder redentor. Pero antes de responder a la pregunta
relativa a la relación entre la muerte del Kristos y nuestra propia
muerte bautismal debemos volver a reencontrar la significación real del
deseo de morir del Kristos.
Digo volver a encontrar porque, por
extraño que parezca, la gran herejía de nuestro tiempo trata justamente
sobre la muerte. Es allí, en esa preocupación tan evidentemente
esencial para la Fe y la piedad, que una metamorfosis paradojal, aunque
casi inconsciente, parece haberse producido y que prácticamente ha
ocultado a nuestros ojos la noción y la experiencia esencialmente
cristianas de la muerte. Para hablar en términos simples, y tal vez
demasiado simples, esta herejía reside en el abandono progresivo por los
cristianos del sentido y del contenido espirituales de la muerte – de
la muerte en cuanto realidad esencialmente espiritual y no solamente
biológica; para una mayoría impresionante de cristianos la muerte
significa únicamente la muerte física, el fin de esta vida.
Entonces mas allá de este fin, postulamos y afirmamos otra vida
puramente espiri-tual y sin fin – la vida del alma inmortal, y así la
muerte es un pasaje natural de una a la otra. En esta concepción que no
es de hecho para nada diferente de toda la tradición platónica e
idealista y espiritualista, lo que se torna cada vez menos comprensible,
cada vez menos existencial y que impregna cada vez menos la fe, la
piedad y la vida, es la afirmación cristiana inicial de la destrucción
de la muerte por el Kristos “Él ha vencido la muerte por la muerte,” el
gozo propiamente cristiano tan manifiesto en la Iglesia antigua ante la
abolición de la muerte (“…La muerte ha sido sorbida en victoria.
Sepulcro, donde esta tu victoria? Muerte, ¿donde esta tu aguijón?” 1 Co
15:54-55), tan manifiesta todavía en nuestra tradición litúrgica (“El
Kristos ha resucitado y nadie mas permanece en la tum-ba”) Es como si la
Muerte y la Resurrección del Kristos fueran acontecimientos en si
mis-mos que deben ser recordados, celebrados, festejados sobre todo el
Viernes Santo y en Pascua, pero sin ninguna relación realmente
existencial con nuestra propia muerte y después de la muerte a la cual
nosotros nos acercamos, y que concebimos en una perspectiva
completamente distinta de la muerte natural o biológica, y de una
inmortalidad igualmente natural, aunque espiritual. La muerte concierne
al cuerpo, la in-mortalidad al alma y el cristiano al no rechazar
abiertamente la Feinicial y al encomendarse a ella, no sabe en realidad
qué hacer con la destrucción de la muerte y con la resurrección del
cuerpo; no sabe cómo relacionar estas nociones con su propia experiencia
de vida y su universo mental, que a menudo combina (como sucede en los
movimientos pseudo-espirituales de nuestro tiempo) el positivismo y el
espiritualismo, pero que es casi totalmente cerrado a la experiencia
cósmica y escatológica de la Iglesia primitiva.
Las razones de
estas divergencias, de esta herejía tan general, aunque casi
in-consciente, son bastante evidentes. Son para emplear un termino
moderno, semánticas, aunque a un nivel profundamente psicológico y
espiritual. El hombre moderno, aun cristiano, para quien la muerte es un
fenómeno puramente biológico, no entiende la afirmación del Evangelio
sobre el tema de la destrucción y la abolición de la muerte, porque en
este nivel biológico la muerte del Kristos no cambio la muerte. La
muerte no ha sido ni destruida ni abolida, sigue siendo la misma ley
inevitable tanto para los santos como para los pecadores, para los
creyentes como para los ateos, el mismo principio orgánico de la
existencia misma del mundo. El Evangelio cristiano no parece aplicar la
muerte tal como la comprende el hombre moderno, de manera que este
ultimo deja tranquilamente el Evangelio de lado y vuelve a la antigua
dicotomía que el juzga mucho mas aceptable: mortalidad del cuerpo,
inmortalidad del alma.
Lo que el hombre moderno no comprende, a
lo que se ha vuelto sordo y ciego, es a la visión cristiana fundamental
de la muerte según la cual la muerte biológica o física no es toda la
muerte, ni siquiera su esencia ultima. En esta visión cristiana, en
efecto, la muerte es ante todo una realidad espiritual que podemos
conocer mientras que estamos en esta vida y de la cual podemos
liberarnos cuando estamos acostados en la tumba. La muerte, aquí, es el
hecho de separarse de la vida, lo que significa separarse de Amlak/
Amlak/ Dios, quien es el único Donador de vida, ya que El mismo es la
Vida. La muerte es lo contrario no de la inmortalidad – ya que así como
el hombre no se creo a si mismo, el hombre no tiene el poder de
aniquilarse a si mismo, de volver a esa nada de la cual el ha sido
traído a la existencia por Amlak/ Dios y en este sentido es inmortal,
sino de la verdadera vida “que era la luz de los hombres” (Jn 1:4) Esta
verdadera vida, el hombre tiene el poder de rechazarla y así morir de
manera de que su inmortalidad misma se vuelve muerte eterna. Y esta
vida, él la ha rechazado: allí esta el pecado original, la catástrofe
cósmica inicial que conocemos no en el plano de la historia, no
racionalmente, sino por medio del sentido religioso, de esta misteriosa
certeza interior en el hombre de que ningún pecado podrá jamas destruir,
que lo empuja siempre y en todas partes a buscar la salvación.
De esta manera la muerte total no es el fenómeno biológico de la
muerte, sino la realidad espiritual cuyo “aguijón de la muetre es el
pecado” (1 Co 15:56) – el rechazo por el hombre de la única vida
verdadera que le ha sido dada por Amlak/ Dios. “El pecado entró en el
mundo por un hombre, y por el pecado la muerte” (Rm 5:12) No hay otra
vida que la vida en Amlak/ Dios, aquel que la rechaza muere porque la
vida sin Amlak/ Dios es muerte. Eso es la muerte espiritual, la que
llena toda la vida del sentimiento de la muerte y que, al ser separación
de Amlak/ Dios, transforma la vida del hombre en soledad, sufrimiento,
temor e ilusión, servidumbre del pecado y odio, sin sentido, avidez y
vacío. Es esta muerte la que hace que el hombre muerto físicamente este
verdaderamente muerto, consecuencia ultima de una vida cargada de
muerte, horror de el más allá (scheol) bíblico o la sobrevida en si
misma, la inmortalidad en si misma no son mas que “presencia de la
ausencia,” separación total, soledad total, tinieblas totales. Y en
tanto nosotros no volvamos a encontrar esta visión y este sentido
cristianos de la muerte, de la muerte en tanto que ley y poseedores
horribles de nuestra “vida muerta” (y no solamente de nuestra muerte),
de la muerte “que reina en este mundo” (Rm 5:14), no estaremos en
situación de comprender el significado de la Muerte del Kristos para
nosotros y para el mundo, ya que el Kristos vino para destruir y
suprimir esta muerte espiritual, para salvarnos de esta muerte
espiritual.
Recién ahora que hemos comprendido esto es que
podemos percibir el significado crucial de la muerte voluntaria de
Kristos, de su deseo de morir. El hombre muere porque ha querido la vida
por ella misma y en si misma, dicho de otra manera, porque se amo a si
mismo y ha amado a su vida mas de lo que ha amado a Amlak/ Dios. Esta
voluntad es el objeto mismo de su pecado y entonces es la razón profunda
de su muerte espiritual, su aguijón. La vida del Kristos, al contrario,
esta hecha enteramente, totalmente, exclusivamente, de su deseo de
salvar al hombre, de liberarlo de esta muerte en la cual él ha
transformado su vida, de devolverle esta vida que él ha perdido por el
pecado. Su voluntad de salvar es la fuerza misma de este amor perfecto
por Amlak/ Dios y por el hombre, de la total obediencia a la Voluntad de
Amlak/ Dios, cuyo rechazo ha arrastrado al hombre al pecado y a la
muerte. Entonces Su vida es realmente ejemplo de muerte. No hay muerte
en ella porque ella esta enteramente llena del único deseo de Amlak/
Dios, porque ella es toda entera en Amlak/ Dios y en el amor de Amlak/
Dios. Y como Su deseo de morir no es mas que la expresión y la
realización ultima de este amor y de esta obediencia, como Su muerte no
es otra cosa que amor, nada mas que voluntad de destruir la soledad, la
separación de la vida, las tinieblas y la desesperanza de la muerte,
nada mas que amor por aquellos que están muertos, no hay “muerte” en la
muerte del Kristos al ser Su muerte la manifestación ultima del amor en
tanto que vida, y de vida en tanto que amor, retira de la muerte el
aguijón del pecado y destruye verdaderamente la muerte en tanto que
poder de Satán y del pecado sobre el mundo.
El Kristos no
suprime, no destruye la muerte física, porque El no suprime este mundo
cuya muerte física es no solo una parte, sino el principio mismo de vida
y de crecimiento. Pero El hace mucho mas: al retirar de la muerte el
aguijón del pecado, al abolir la muerte en tanto que realidad
espiritual, al llenarla de Si mismo, de Su amor, y de Su vida, El hace
de la muerte, que era realmente separación de la vida y perversión de la
vida – un gozoso y resplandeciente pasaje – la Pascua hacia una vida
mas plena, una comunión mas total, un amor mas absoluto “Para mí, dice
S. Pablo, el vivir es Kristos y el morir es ganancia” (Flp 1:21) El no
habla de la inmortalidad de su alma, sino del sentido nuevo, totalmente
nuevo de la muerte – de la muerte en el sentido de ser con el Kristos,
de la muerte en el sentido en que ella se transforma en nuestro mundo
mortal en la manifestación de la victoria del Kristos. Para aquellos que
creen en Kristos y viven en El, no hay ya muerte, “Sorbida es la muerte
en victoria” (1 Co 15:54) y cada tumba contiene no a la muerte sino a
la vida.
Volvamos ahora al bautismo y a la cuestión que nos
hemos planteado sobre su asimilación a la muerte y a la resurrección del
Kristos y sobre la significación real de esta asimilación. Porque
recién ahora podemos comprender que esta asimilación – antes de ser
cumplida por el rito – esta en nosotros, en nuestra fe en Kristos, en
nuestro amor por El y en consecuencia en nuestro deseo de aquello que El
ha deseado. Creer en Kristos significa y siempre ha significado no solo
confesarlo, no solo recibirlo, sino ante todo darse a El. Tal es el
sentido de Su mandamiento según el cual debemos seguirlo. Y no hay otra
manera de creer en El, que la de aceptar Su fe como nuestra fe, Su amor
como nuestro amor, Su deseo como nuestro deseo, ya que no hay un Kristos
fuera de esta fe, de este amor, de este deseo; solo al compartirlo con
El podemos conocerlo, a El que es esta fe y esta obediencia, este amor y
este deseo. Creer en El y no creer en aquello en lo que El ha creído,
no amar lo que El amo y no desear lo que El deseo, es no creer en El.
Separarlo del contenido de Su vida, esperar de El milagros y una ayuda
sin hacer lo que El hace y finalmente llamarlo “Señor” y adorarlo sin
hacer la voluntad de Su Padre no es creer en El. Nosotros estamos
salvados, no porque creemos en Su poder “sobrenatural” –¡tal fe El no la
desea! – sino, porque aceptamos con todo nuestro ser y hacemos Suyo el
deseo que llena Su vida, que es Su vida y que al fin de cuentas lo lleva
a descender a la muerte y a suprimirla.
El deseo de cumplir,
de realizar la fe de tal manera que pueda ser realmente califi-cada y
sentida como muerte y resurrección, es entonces el primer fruto, el
primer efecto de la fe en si misma, de la asimilación a la fe del
Kristos: en efecto, es imposible conocer al Kristos sin desear estar
completamente liberados de este mundo, que el Kristos nos revelo como
esclavizado por el pecado y la muerte y al cual El mismo al vivir en el,
ha estado realmente muerto, suficientemente muerto a “los deseos de la
carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida” (1 Jn 2:16)
que llenan y determinan este mundo y a la muerte espiritual que reina en
el. Es imposible conocer al Kristos sin desear estar con El donde El
esta. Y El no esta en este mundo que pasa, este mundo no le pertenece.
El subió a los cielos – no a algún otro mundo ya que el cielo, en la fe
cristiana, no es en otro lugar, sino la realidad misma de la vida en
Amlak/ Dios, de la vida totalmente liberada del estado que conduce a la
muerte, de ese estado de separación de Amlak/ Dios, que es el pecado de
este mundo. Estar con Kristos es tener esta nueva vida – con Amlak/ Dios
y en Amlak/ Dios, que no es de este mundo y seria imposible al menos
como lo dice San Pablo – en términos tan sencillos y sin embargo tan
incomprensibles para el cristiano moderno, “habeis muerto y vuestra vida
está escondida con Kristos en Amlak/ Dios” (Col 3:3) Para terminar, es
imposible conocer al Kristos sin desear beber de la copa de la que El
bebió y ser bautizado con el bautismo que fue el Suyo (Mt. 20:22), sin
desear en otros términos este ultimo encuentro y este ultimo combate con
el pecado y la muerte que lo hizo dar Su vida para la salvación del
mundo.
De esta manera, la fe en si misma no solo nos impulsa a
querer morir con Kristos, sino que es ella misma este deseo. Sin este
deseo la fe no es mas la fe sino una simple ideología tan sujeta a
caución, tan aleatoria como cualquier otra. Es la fe que llama al
bautismo, es la fe que sabe que el bautismo es realmente la muerte y la
resurrección con el Kristos.
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