DIOS TRINIDAD
De acuerdo con la teología
apofática, los Padres griegos afirman siempre que no podemos saber qué es Dios,
sino sólo que El Es, que Existe, y esto porque El se ha revelado en la historia
de la salvación, y se ha revelado como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Este
misterio no puede ser deducido de ningún principio, ni explicado por ninguna
razón suficiente, puesto que no hay principio ni causa que sean anteriores a la
Trinidad. Por eso ninguna especulación filosófica ha podido nunca elevarse
hasta el misterio de la Santísima Trinidad. Por eso, también, las mentes
humanas no pudieron recibir esta revelación plena de la divinidad más que
después de la cruz de Cristo que triunfó de la muerte. El Dios de la Iglesia es
el Dios de la experiencia histórica, no el Dios de las hipótesis teóricas y de
los razonamientos abstractos. Así la experiencia de la Iglesia nos garantiza
precisamente cómo el Dios que se nos revela en la historia no es una existencia
solitaria, una mónada autónoma ni una esencia individual. Es una trinidad de
hipóstasis, tres personas que tienen una total alteridad existencial, pero
también una comunidad de esencia, de voluntad y de energía.
La revelación de Dios-Trinidad,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, está en la base de la teología cristiana; es la
teología misma, en el sentido que los Padres griegos daban a la palabra
“teología,” que designaba para ellos, las más de las veces, el misterio de la
Trinidad revelado a la Iglesia. La teología oriental, pues, y a diferencia de
la teología occidental, no parte de la esencia común a las tres personas
divinas, que se realiza en las hipóstasis, sino de las tres personas mismas. El
Símbolo de fe no dice simplemente: “Creo en un único Dios,” sino: “Creo en un
único Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, y en
Jesucristo, su único Hijo....”
Una esencia (ουσια) en tres personas o hipóstasis (υποστασεις). Pero tres hipóstasis consubstanciales (ομοουσιαι). Con el término ομοουσιος la Iglesia quiso expresar la consubstancialidad
de los Tres, la identidad misteriosa de la mónada y de la tríada; identidad y,
al mismo tiempo, distinción de la naturaleza una y de las tres hipóstasis. Para
la Iglesia Dios es consubstancial (una esencia) y tri-hipostático (tres
hipóstasis o personas). Fueron sobre todo los Padres griegos del siglo IV, y en
especial los Capadocios, los que establecieron esta fórmula y estos términos
para intentar conducir a las inteligencias hacia el misterio de la Trinidad. El
término ομοουσιος niceno no identifica al Hijo
con el Padre en cuanto a la persona, sino solamente en cuanto a la esencia (ουσια). “El Hijo no es el Padre, porque sólo hay
un Padre, pero es aquello mismo que es el Padre; el Espíritu no es el Hijo
porque viene de Dios, ya que sólo hay un Hijo, el Unigénito, pero es aquello
mismo que es el Hijo.”[1]
Fijándose en primer lugar en la
trinidad de personas, los Padres griegos afirman que el principio de unidad en
la Trinidad es la persona del Padre. Es principio de las otras dos hipóstasis y
al mismo tiempo el término de las relaciones de donde reciben las hipóstasis
sus caracteres distintivos: haciendo proceder las personas, establece sus
relaciones de origen — generación y procesión — con respecto al principio único
de divinidad. Según los teólogos occidentales, las relaciones diversifican la
unidad primordial; para los orientales significan la unidad y la diversidad al
mismo tiempo porque se refieren al Padre, que es el principio y la
recapitulación de la Trinidad. “Hay un solo principio de la divinidad — dice
san Atanasio — y, por consiguiente, hay monarquía de la manera más absoluta.”
“Dios es uno, porque el Padre es uno,” dice san Basilio. El Padre, fuente de
toda divinidad en la Trinidad, produce al Hijo y al Espíritu Santo confiriéndoles
su naturaleza, que sigue siendo una e indivisa, idéntica a sí misma en los
tres (TEWAHEDO). Confesar la unidad de la naturaleza es, para la teología oriental,
reconocer al Padre como fuente (πηγη) única,
como principio (αρχη) único, como causa (αιτια) única de las Personas que comparten con Él la misma naturaleza.
San Juan Damasceno, en su Exposición
exacta de la fe ortodoxa, precisa:
“El Padre es incausado e
ingénito: no procede de nadie, tiene el ser por sí mismo y nada de lo que tiene
proviene de otro. Al contrario, él es para todos la fuente y el principio de su
naturaleza y su manera de ser. El Hijo lo es del Padre por generación, y el
Espíritu Santo es también del Padre, pero no por generación, sino por procesión
[...] Luego todo lo que tienen el Hijo y el Espíritu, y aun su propio ser,
proviene del Padre. Si el Padre no fuera, ni el Hijo sería ni tampoco el
Espíritu. Si el Padre no tuviera algo, no lo tendría el Hijo ni el Espíritu. Y
por el Padre el Hijo y el Espíritu tienen lo que tienen. Sin el Padre no hay ni
Hijo ni Espíritu Santo. Si el Padre no tiene una cosa, no la tendrán ni el Hijo
ni el Espíritu Santo. Por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo tienen las
mismas cosas, excepto la agenesia, la generación y la procesión, porque las
tres personas se distinguen entre sí sólo por estas propiedades personales.”[2]
Así,
pues, el Padre es αγεννητος, el Hijo es γεννητος, y el Espíritu Santo es εκπορευομενον. Mientras para la teología occidental hay
dos procesiones distintas en la Trinidad: el Hijo y el Espíritu Santo, en la
teología ortodoxa la procesión, εκπορευσις, es propia sólo del Espíritu
Santo. El Padre, ingénito, incausado, engendra, desde toda la eternidad, al
Hijo, consubstancial con él. El Padre es también el principio y causa del
Espíritu Santo, no por vía de generación, sino de procesión, de ekpóreusis,
que es la manera propia del Espíritu Santo en cuanto hipóstasis trinitaria. San
Gregorio Nazianceno distingue los términos griegos προιενε y εκπορευεσθαι. El primero, el Espíritu Santo
lo tiene en común con el Hijo: “El Espíritu es verdaderamente el Espíritu que
procede (προιων) del Padre, pero no por
filiación, por generación, sino por εκπορευσις.” [3]
El latín tradujo ya desde el principio, desde el texto del Evangelio de Juan,
el término εκπορευεσθαι por procedere, el mismo
término que traduce más literalmente el verbo προιεναι.
Pero el hecho de que el Padre sea el
único origen y la única causa hipostática del Hijo y del Espíritu Santo, no
significa que entre la segunda y la tercera persona no exista relación en
cuanto a sus propiedades. Toda relación, en la Trinidad, es necesariamente
trinitaria. No se puede afirmar que el Padre engendra al Hijo sin afirmar al
mismo tiempo (el Credo dice que Padre, Hijo y Espíritu Santo son conjuntamente
adorados y glorificados) que hace venir el Espíritu al mundo. Y, viceversa, el
Espíritu procede del Padre y reposa en el Hijo encarnado.
La relación eterna entre el Hijo y
el Espíritu Santo en su origen a partir del Padre, la ha expresado la Iglesia
oriental con la fórmula δια του Υιου εκπορευομενον — que vino al mundo gracias al Hijo. San Basilio, en su célebre tratado sobre el
Espíritu Santo, dice: “Por el Hijo (δια του Υιου), que es uno, se vincula con el
Padre, que es uno, y completa por sí mismo la bienaventurada Trinidad digna de
toda alabanza.” [4] Y
san Máximo el Confesor: “Por naturaleza, el Espíritu Santo en su esencia tiene
substancialmente su origen, εκπορευομενον, del Padre que también engendro al Hijo.”[5]
“Dios es siempre Padre — dice san Juan Damasceno — teniendo siempre a partir de
él su Verbo.”[6] Es
también la confesión hecha en el VII Concilio ecuménico, II de Nicea, en el
787: το Πνευμα το αγιον, το κυριον και ζωοποιον, το εκ του Πατρος εκπορευομενον.[7]
[8]
Decíamos más arriba, a propósito de
teología y liturgia, que en ésta se expresa de un modo eminente la teología de
la Iglesia Ortodoxa. Toda la doctrina teológica de la Iglesia es vivida y hecha
culto en la liturgia. El misterio trinitario es expresado de modo espléndido en
la siguiente estrofa, la primera a intercalar entre los versículos del salmo
lucernario en el oficio de vísperas de la solemnidad de Pentecostés:
“Venid, pueblos, adoremos la
Divinidad en tres hipóstasis: al Hijo en el Padre con el Espíritu Santo. El
Padre, desde toda la eternidad, engendra al Hijo coeterno y corregnante, y el
Espíritu Santo era en el Padre, glorificado con el Hijo, poder único, única
substancia, única divinidad; a ella adoramos diciendo: Santo Dios, que lo has
creado todo por el Hijo con el concurso del Espíritu Santo; Santo Fuerte, por
quien hemos conocido al Padre y por quien el Espíritu Santo ha venido al mundo;
Santo Inmortal, Espíritu Consolador, que procedes del Padre y reposas en el
Hijo, Trinidad santa, gloria a ti.”
[1] GREGORIO DE NAZIANZO, Discurso
31 (teológico 5) 9; ed. P. Gallay - Jourjon [SC 250, 292-293]; trad. castellana de J. R. Díaz
(Madrid 1995) 230.
[4] De Spiritu Sancto, 18,45; ed. de B. Pruche [SC
17bis] (París 1968) 408; trad. castellana de A. Velasco (Madrid 1996) 182-183.
[7] MANSI, Acta Conciliorum
Oecumenicorum, XII, 1122.
[8] TREMBELAS, Dogmatique, I,
335.
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